El laberinto – Dixit

Carta dixit

Porque cuando ves una imagen, juegas a un juego, lees una noticia… tu imaginas un mundo y le das vida e historia a esos personajes…

Este relato esta escrito para la escuela de escritura del Ateneu de Barcelona, en la cual cada uno teniamos una carta del juego de mesa Dixit para crear un relato.

El Laberinto – Dixit

Una vez más Annie tuvo que despertarme, decía que el episodio comenzaba con espasmos y acababa con gritos. Era la tercera noche consecutiva que soñaba con Calvin. La certeza de que mi amigo estaba en peligro era absoluta. En mis pesadillas, Calvin estaba sufriendo un sinfín de torturas y mutilaciones, siendo devorado lentamente por un ser gigantesco y gritaba mí nombre suplicando auxilio. Desde el inicio de nuestra amistad tuvimos una gran conexión, era una empatía psíquica profunda. Gracias a lo cual fui capaz de ver la ubicación de su cautiverio en mis sueños.

Calvin siempre fue un explorador nato y amante de la naturaleza. Por ello no me extrañó que mostrara, en mí sueños, una cueva profunda cercana a las de Bétharram, en el Pirineo, las cuales habíamos explorado juntos.

Annie nos conocía hacía mucho, entendió que al amanecer partiera con mi equipo de montaña y me dispusiera a ir en su ayuda. Me instó a buscar un guía experto o pedir a otros amigos que me acompañaran, pero no había tiempo, Calvin estaba sufriendo y yo no tenía un segundo que perder.

Esa misma noche llegué a la boca de la caverna, comprobé la batería del móvil, la aplicación de socorro, las pilas de la linterna y el kit de auxilios. Yo no era ningún experto así que, si no quería perderme, debía marcar el camino para luego deshacerlo con Calvin. Un Calvin posiblemente herido.

Mis pupilas tuvieron que acostumbrarse al sendero de luz que marcaba la linterna del casco. Las sombras dentadas de las paredes evocaron las advertencias de Annie.  Los confusos recuerdos de mis sueños me hacían tomar las bifurcaciones siempre a la derecha y hacia el este.

El viento de unas decenas de alas y varios arañazos en mi cara me hicieron dar un grito ahogado. Había asustado a los murciélagos al invadir su hábitat. Mi Fitbit indicaba 140 pulsaciones, volví a verificar el móvil, estaba al 92% de batería, y la aplicación de auxilio online, envié la ubicación a Annie antes de perder la cobertura, me parecía estar perdiendo a mi amigo a cada segundo que pasaba.

En la siguiente bifurcación el terreno cambió. Escuchaba el agua deslizarse por la porosa roca calcárea, el sonido de la caída de las gotas hacía que el aire vibrase con un misterioso compás y el silencio entre gota y gota era una agonía para mis oídos.

Las estalactitas se unían a las estalagmitas en columnas milenarias que dificultaban cada vez más mi avance. De espaldas contra la húmeda pared caminé a través de una pasarela de roca, algo más ancha que mi calzado, apoyando las manos con los brazos extendidos para conseguir algo de estabilidad.

En uno de los cuidadosos pasos para no resbalar, justo a la altura de mi mano encontré un saliente de roca, me rasgó la palma como si de una hoja afilada se tratase, el instinto me hizo girar para protegerme lo cual desencadenó en unos traspiés y me precipité sin remedio al vacío.

No sé cuánto tiempo pasó, ni cuantos metros más abajo me encontraba, pero estaba dolorido y desorientado, en la boca tenía el férreo sabor de mi sangre. Centré mi visión ayudado por la luz de la linterna la cual iba y venía. Me incorporé. No logré percibir el techo. Comprobar que no tenía huesos rotos fue un alivio, pero comencé a temblar por el frio que sentía, no venía del ambiente, emanaba de mí.

El móvil había desaparecido, inspeccioné mí alrededor, las estalagmitas incisivas me rodeaban como dispuestas en una mandíbula inferior. Mi único camino posible era hacia un esófago monstruoso y oscuro, desee no estar solo.

Desistí de localizar el teléfono pues los intervalos de oscuridad provocados por la linterna eran cada vez más frecuentes y prolongados. Tenía que salir de allí, Calvin debió haber sufrido un accidente similar, pero con un terrible destino y yo sentía que a cada paso estaba más cerca de mi amigo.

Dejé de temblar, no porque hubiese entrado en calor, sino porque mi cuerpo ya no intentaba calentarse, había aceptado el descenso de temperatura. La herida de mi mano no sangraba, observé que mi piel estaba verdosa, consecuencia de la escasa iluminación o la conmoción por el golpe.

Avancé y en una bifurcación más a la derecha, sentí náuseas, tal vez de la ansiedad. Sentía cómo mi cuerpo oscilaba en cada paso. Tenía que seguir adelante, pero el dolor y el temor me petrificaban, mi boca estaba seca. El instinto me hizo gritar auxilio, pero sabía que no debía gastar energías, nadie me oiría. La Fitbit marcaba 380, 260, 320, 340 pulsaciones, intermitentemente. Debía estar estropeada o tenía 4 tipos de pulsaciones diferentes.

Un crujido, un desgarro, seguido de un sonido extraño como un sorbido, que venia del fondo de la gruta me recorrió la columna vertebral como un relámpago. Me sorprendí rezando a un Dios al que hacía muchos años que había abandonado. Al despegar la palma de mis manos sentí una mucosa que emanaba de ellas, estaba también en mis pies, me repugnó. Vomité. A cada paso que daba me resultaba cada vez más difícil mantenerme dentro del calzado. Era como si un charco fangoso hubiese emanado dentro. Las botas, ahora incomprensiblemente grandes, me estorbaban, decidí quitármelas. Mis rodillas cedían y mi velocidad se reducía, en parte por la dificultad, en parte por el pavor de saberme rumbo hacia la única dirección posible.

La luz se apagó y esta vez el intervalo fue tan largo que me sorprendió reptando unos metros más adelante. Volvió a apagarse y en ese instante apoyé mi mano en algo gelatinoso, denso, frío y nauseabundo, cerré los ojos arrugando el rostro. Mi respiración eran jadeos. Supe que eran los restos de otra víctima del laberinto.

Sentí a Calvin cerca, pude percibir su alivio.

La luz se encendió. Me encontraba tendido, sin extremidades, no conseguí erguirme. Mi cuerpo cilíndrico, blando e invertebrado, yacía bajo un gigantesco pájaro que me miraba amenazante, con ojos deseosos de satisfacerse con un suculento bocado, más tierno y jugoso que los deshechos que estaban a mi lado.

Con su pico abierto se precipitó sobre mí, rodé hacia la izquierda, logré escapar de la feroz embestida, en ese momento me miró fijamente, nuestra empatía volvió a unirnos, en esos ojos negros descubrí la traición. ¡Calvin intentaba comerme! Me había atraído directamente a donde él quería, estaba a su merced, sería devorado como él lo fue en mis pesadillas.

¿Cómo no había escapado volando y por el contrario me había traído a esa trampa? Eran sus garras. Estaban fundidas con el laberinto.  Aun así, podía desplazarse a través de él. Como si se deslizara bajo la caliza y sus patas fueran estalagmitas de las que surgía un cuerpo emplumado de alas inservibles.

Sus estocadas eran cada vez más frecuentes y salvajes. Yo estaba exhausto y dolorido, por dentro y por fuera.  Fue entonces cuando me atrapó. Su pico apretaba y lastimaba uno de mis anillos finales. El dolor era insoportable. El incisivo borde rasgó mis tejidos. Se me nubló parcialmente la visión cuando la presión y los movimientos de su cuello desgarraron completamente mis cuartos traseros. Me soltó y fue a por la parte desprendida de mi cuerpo que se movía espasmódicamente, al engullirla el laberinto lo liberó y pudo finalmente alzar por primera vez el vuelo.

En ese instante el Laberinto me ofreció la salida, la comprensión de una vía de escape a un atroz final. Mientras la roca me atrapaba impidiendo cualquier salida que no fuera la eterna cuestión que llevaba haciendo a cada una de sus víctimas.

Calvin estuvo en la misma situación y eligió no ser devorado.  El Laberinto le propuso la misma elección. Pero yo no era ningún asesino, no podría.

La roca había crecido y envuelto uno de mis anillos corpóreos, la presión impedía a mi anélido cuerpo escapar. Esa presión mitigaba el dolor y me daba tiempo para pensar, pues minutos antes casi perdí el conocimiento. Entonces miré al techo, vi cientos de aves mirándome fijamente. Como espectadores disfrutando del show de cada semana mientras, el suelo estaba parcialmente cubierto por solo unas decenas de restos de otros gusanos.

Calvin había posado sus garras de nuevo en tierra, esta vez venía con aliados y que habían fijado el objetivo, tenía que tomar una decisión. No había tiempo.

“Annie, Annie por favor, tienes que ayudarme, estoy herido, tienes mi última ubicación. ¡Annie auxilio!”.

Annie se despertó empapada en sudor frio con la misma pesadilla por tercera noche consecutiva.

 

 

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