Este relato surgió de un reto en el que, en una sola cara de folio, teníamos que usar dos géneros diferentes. Comencé por fantástico e intenté transformarlo en CIFI. El lugar para ello… una preciosa sombrerería que no deja a nadie indiferente. Espero que os guste:
La sombrerería
Hay negocios que parecen de otra época. ¿Quién no ha caminado por una gran ciudad y visto una tienda con encanto, como salida de tiempos pasados? Con un aura de esa magia, especial. En la calle Comtal, 14 de Barcelona hay una de esas, una sombrerería, que no puede dejarte indiferente. Con una decoración de auténtica madera noble de formas curvadas y vidrieras hechas por artistas artesanos.
Estos negocios parecen pertenecer a seres de otro mundo. Suele ser una señora o señor de aspecto agradable y entrañable, tan integrados con el lugar que podrían haber sido comprados en la misma tienda que el resto de la decoración. El viejo dependiente de esta sombrerería se asomó de la estantería del fondo, nada más escuchar la campanita de la puerta. Dicha puerta había modelado su vidriera simulando una gran sonrisa, invitándome a entrar a la vez que se abría sin que la tocara. Una puerta muy hospitalaria, sin duda.
—Vamos, vamos, no tenga miedo querida, no nos comemos a nadie. Pase, mire y pruebe sin miedo. Seguro que alguno de mis sombreros la conectará con la época perfecta para usted. — Volvió a desaparecer tras la estantería.
Al principio no reparé en su comentario, me habían hablado muy bien de ese lugar y sin duda sería un dinero bien empleado. Sombreros de safari, militares, cofias, bombines, trilby de distintos cortes y escala social… una gran variedad, de diferentes épocas y procedencias. Lo cierto era que no venía con una idea exacta del estilo que buscaba.
— ¿Sabe ya qué le gustaría ser hoy?—Volvió a aparecer ahora de cuerpo completo tendiéndome un sombrero de aviador, diría que era de origen inglés—. Pruebe este, tiene usted cara de saber volar muy bien.
Me lo probé, sentí un punzón en la nuca y un repentino mareo me hizo apoyarme y sobre el mostrador. En ese momento el experto sombrerero ya me había quitado la pieza diciendo que no era el indicado. El siguiente que me ofreció era un tipo fedora, con ala imperial de un gris precioso, digno del mismísimo Al Capone. Al colocármelo sentí como una calidez me invadía. Este sí se adaptaba completamente a mí.
Al levantar la vista la sala parecía mucho más profunda, detrás del mostrador había tres puertas numeradas, integradas en la misma estética, que antes no estaban o que simplemente no las había visto.
—Perfecto, le queda perfecto. La sinapsis se ha adaptado correctamente. Relájese y disfrute —me dijo entregándome el ticket, sonriendo e invitándome a entrar por la puerta número dos.
Hay negocios que saben adaptarse a los nuevos tiempos y sus nuevos clientes. Sin duda esta sombrerería es uno de ellos. Esperé que todo comenzara, algo nerviosa, mirando mi ticket:
«100 % adaptación sináptica completada con éxito. Experiencia de simulación cargada en sala 2. Chicago, 1925. Nombre: Jack McGurn. Profesión: dueño del local de jazz Green Mill».
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